Chinchero, el corazón del ombligo

A mitad de camino entre el Cusco y Urubamba, este lugar a 3.800 m.s.n.m ofrece muchos de los atractivos que posee la capital de los incas
Chinchero, el corazón del ombligo
Quizá el atardecer sea la mejor hora para visitar Chinchero. Es el momento en que menos visitantes hay y la luz, que viene de los nevados de la cordillera de Vilcanota, ilumina de color oro los campos, las rocas y las terrazas de su sitio arqueológico. La iglesia, que se levanta sobre las andenerías, crea juegos de sombras que dan a todo este lugar, conocido como la tierra del arcoiris, una atmósfera única. En Chinchero se concentra un poco de todas las riquezas que posee el departamento del Cusco. Ubicado junto a Chahuaytire y a las comunidades altoandinas en torno al Ausangate, en este lugar se producen los mejores textiles de la zona. Estos tejidos se ofrecen todos los días en los puestos que los artesanos levantan en la plaza central y en la gran explanada a donde llegan los vehículos y transportes de turistas. Las ferias principales se celebran los martes, jueves y domingos, y acuden los comuneros de los alrededores para intercambiar sus productos agrícolas, sus trabajos manuales y antigüedades. Esos tejidos, hechos de oveja o alpaca y teñidos con tintes naturales, también los podemos observar en la característica vestimenta de los lugareños, en la que predominan los colores rojo y negro, en los chullos de los hombres y en las monteras con las que las mujeres se cubren la cabeza. MARAVILLOSO HORROR AL VACÍO Su sitio arqueológico, que fue palacio de Túpac Inca, es imponente, constituido por enormes terrazas en forma de zigzag y muros de piedra pulida, donde se encuentran varias hornacinas que bordean las amplias explanadas de pasto, haciendo de ellas un mirador natural del nevado Verónica. Junto a una de esas terrazas se encuentra Titikaka, una mole de piedra donde aparecen labradas imágenes de pumas y serpientes, y que forma un estrecho y laberíntico camino que recuerda al sitio arqueológico de Q’enqo. Junto a este sitio arqueológico se levanta la iglesia de la Virgen de la Natividad, del siglo XVII. El templo posee en su interior una extraordinaria colección de pinturas murales, que como una especie de horror al vacío, cubren todos los rincones de sus paredes y techos. Contemple aquí una de las mejores expresiones del barroco andino cusqueño. Frente a ella, al otro extremo de la plaza principal, se ubica la casa de Mateo Pumacahua y un pequeño museo de sitio. Con la luz de la tarde desciendo de la plaza principal por las estrechas callejuelas de piedra, rodeado de casas blancas de barro y de pequeñas tiendas de arte popular. Mi viaje termina con una última delicia, el choclo con queso recién preparado que ofrecen un pequeño grupo de mujeres sonrientes.

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